Once hermanos, una mamá que se encargaba de todo lo que pasaba en la casa y un papá burócrata federal, chófer de la entonces Secretaria de Agricultura y Recursos Hidráulicos para ser precisos, por eso es que de niños a algunos de mis hermanos y a quien esto escribe nos tocó vender periódicos, hacer mandados o lo que fuera necesario para traer dinero.

Con todo y lo apremiante de la situación no recuerdo haber pasado un día con hambre, el sueldo de mi papá fue suficiente por mucho tiempo para las tres comidas, ir a pedir fiado con los Medina una par de veces al año para vestir y con Alvite a los zapatos, igual nos tocaba aprovechar la camioneta para ir al río los fines de semana y, cuando casi era fiesta, a la presa Vicente Guerrero.

A los años a la economía familiar se le agregó un sueldo más, el de mi madre y luego parte de mis hermanos, le insisto, siempre fue suficiente para llevar alimentos pero en la medida que trascurría el tiempo daba la impresión que entre más personas trabajaban más dificultades había.

Es la historia de cuarenta años atrás y nos dibuja un México más amable con sus trabajadores,  tiempos en los que por el solo hecho de emplearse se salía de la pobreza en automático o por lo menos un salario permitía comer, vestir y hasta darse el lujo de comer tres veces al día.

La historia viene a colación porque es Día del Trabajo, fecha para recordar a los Mártires de Cananea, las huelgas en Chicago y en general a quienes lucharon porque los salarios fueran más justos, las jornadas de trabajo más humanas y las prestaciones sociales suficientes para no morir de una gripa.

También les cuento esas remembranzas por lo que nos dicen los políticos todos los días en ofrecimientos para su pueblo, hablan de subir el salario mínimo, de provocar que por lo menos se reciban los 92 pesos que “sirven” para superar la línea de pobreza, para surtir un despensa diaria.

Lo cierto es que lo primero ya fue rebasado, los salarios de los trabajadores no son suficientes ni siquiera para pagar los microbuses de los niños que van a la secundaria o preparatoria, menos cuando son dos o tres hijos y se vive lejos de las escuelas.

Las estadísticas son contundentes al respecto, la primera causa de muerte en menores de edad son las diarreas o las enfermedades respiratorias que se complican generalmente por cuerpos mal nutridos y por la carencia de dinero para que se atiendan a tiempo en las clínicas, la razón es que a los padres les da miedo llevar a sus hijos porque saben de los gastos que eso implica y prefieren atender las emergencias con yerbas u otros remedios en casa.

De los cien pesos que ofrecen los candidatos a la presidencia de la República como salario mínimo suena hasta insulto porque resulta casi un recordatorio maternal pensar que con ese dinero se puede tener casa, comida, vestido, escuela, servicios de salud y comer tres veces al día, la situación se pone peor cuando nos damos cuenta que en Estados como Tamaulipas los trabajadores ya reciben como mínimo 150 pesos diarios y aún así se batalla.

Es Día del Trabajo y para desgracia nuestra solo sirve para ponerle más sal a la herida, para que nos recuerden que aquellas matanzas, huelgas y movimientos sociales que se orquestaron para, según ellos, los trabajadores ganaran más y vivieran en condiciones más humanas quizá ya son necesarias una vez más.

Es Día del Trabajo que nos recuerda que hoy hasta ganando un salario en un empleo “de planta” o formal se es pobre porque no alcanza para cubrir las necesidades básicas, cierto, hasta inconstitucional resulta esa situación pero de eso nadie se quiere acordar, nadie quiere enterarse que los trabajadores de hoy son pobres, es más, ninguno de los políticos que quieren el poder, ni siquiera para ganarse un voto, lo quieren ver de esa manera y nada ofrecen de manera concreta, nos dicen puras frases bonitas y hay demagogia que desde muy lejos se nota, pero hasta hoy nada le han ofrecido a los asalariados y si lo han hecho no dicen cómo se podría lograr.

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