En el PAN de Tamaulipas, la carroña política tiene nombre y apellidos.
No es nuevo, es costumbre.
Apenas se conoció el asesinato en Reynosa —cuna del grupo cabecista— del delegado de la Fiscalía General de la República, Ernesto Cuitláhuac Vázquez Reyna, y la maquinaria azul se puso en marcha.
No para exigir justicia.
No para solidarizarse con la familia.
Sino para sacar raja política, como lo han hecho tantas veces.
El oportunismo del panismo ligado a Francisco García Cabeza de Vaca se activa al olor de la tragedia. La sensibilidad no figura en su manual.
En esa línea se mueve Gerardo Peña Flores, pieza de ese grupo que dejó a Tamaulipas fracturado, con instituciones convertidas en armas de intimidación. No se olvida el GOPE, aquel grupo de exterminio que operó desde el gobierno panista. Y Peña… estaba en el gabinete.
Hoy, sin pudor ni memoria, pretende subirse al discurso de la denuncia ciudadana. Habla de reformas legales como si en su pasado no cargara con las amenazas, la represión y el miedo que, desde el poder, sembraron en todo el estado.
Cuando fueron gobierno, denunciar significaba ponerse en la mira.
Ahora, exigen que la gente denuncie…
¿Cinismo o simple amnesia selectiva?
Pero el problema del PAN en Tamaulipas no se limita a un personaje. Es estructural.
El partido arrastra una crisis profunda de liderazgos. La dirigencia estatal sigue en manos de un grupo político capturado, cuyo único interés es preservar su feudo, aunque eso implique seguir perdiendo elecciones y militancia.
La renovación interna no ha llegado. No porque no se pueda, sino porque no quieren. La cúpula cabecista cerró filas para impedir que surjan voces nuevas y, con ello, condenan al PAN a seguir girando en torno a los mismos apellidos y las mismas prácticas.
Mientras tanto, Peña Flores no tolera que los indicadores de seguridad contradigan su narrativa. Hoy, Tamaulipas es el estado más seguro del norte del país. No lo dice este espacio: lo reflejan los datos del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública.
La percepción de inseguridad ha bajado. El trabajo coordinado entre el gobernador Américo Villarreal Anaya y la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo ha dado resultados visibles. Eso duele a quienes vivieron del discurso de la violencia.
Hoy, el panismo necesita un giro de timón. Urge el regreso de los doctrinarios.
De quienes entienden que la política es servicio y no botín.
Se requiere de personajes con credibilidad y trayectoria, como Arturo Soto, Jesús Nader, Pedro Granados, Lydia Madero. Panistas capaces de hablar con las nuevas generaciones, pero también con la vieja guardia que construyó al partido desde la calle y no desde el presupuesto.
El PAN no puede seguir secuestrado por neopanistas que solo buscan su beneficio personal, que cambiaron los principios por cuotas y los ideales por convenios.
La militancia necesita referentes, no operadores. Líderes, no cómplices.
En el fondo, el miedo del panismo cabecista no es perder la narrativa.
Es perder el control del PAN.
Y eso… ya está pasando.
Porque sin el poder, los carroñeros no vuelan.
Y en el PAN, ya no queda carne que roer.